EL ARTE DE VIVIR LA FELICIDAD

Alberto Araújo Merlano

Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios para que realicemos nuestra misión, disfrutemos de esta vida y conquistemos la vida eterna.

El ejercicio del amor es la clave para conseguir la felicidad aquí y después de la muerte.

El enunciado no puede ser más sencillo: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”.

El amor a Dios se vive cumpliendo su voluntad que se contiene en sus leyes eternas y especialmente en sus diez mandamientos.

El amor al prójimo, esto es, a los que están cercanos a nosotros, nuestros padres, hermanos, primos, tíos, cónyuge, hijos y sus descendientes, socios, superiores y subordinados, amigos y compañeros de trabajo y a los más necesitados, se hace presente viendo  en ellos a las criaturas de Dios, nuestros hermanos, de cuyo bienestar somos en parte responsables, en quienes podemos hacer efectivo  el mandato divino.

El amor a nosotros mismos se hace presente cuando nos esforzamos por conocernos a fondo y practicamos las leyes que nos permitan vivir con excelencia.

El anhelo de la felicidad es esencial en todo ser humano. A mi juicio ella se compone de buena salud, prosperidad y paz interior. Y la buena salud abarca la física, la mental, la espiritual y el socio emocional.

Mis observaciones de toda una vida empezando por la mía y la de  de los compañeros de  generación y el estudio de las biografías de muchas de las personas que alcanzaron grandes éxitos en diferentes campos y mucha fama en sus países y fuera de ellos me llevaron a considerar  que la consecución del éxito se le facilita a las personas que perfeccionan su talento  predominante y lo convierten en su manera de ganarse la vida porque cuando esto sucede el trabajo se realiza con facilidad y se convierte en  pasión  y en un pasatiempo  que se  repite   gozosamente hasta lograr un alto grado de perfección y lo hace una estrella, un líder,  un fuera de serie, en su respectiva actividad, lo que generalmente va acompañado de buen nombre y a veces de abundante riqueza.

Pero ojo, esto no siempre conduce a la felicidad pues si la persona no ha desarrollado su inteligencia emocional el éxito y la fama lo pueden trastornar y conducirlo a la soberbia, al alcohol, a la droga y a una serie de aberraciones que convierten la riqueza y la fama en medios de perdición: múltiples dramáticos divorcios, escándalos, cárcel o suicidios. Lo comprobamos a diario en los medios de información que se ocupan de la vida y muerte de estas celebridades.

El desarrollo de nuestra inteligencia emocional, el logro de nuestra serenidad y aplomo contribuye a unas buenas relaciones con los demás, elimina la soberbia, la ira y nos facilita el buen vivir. Talento sobresaliente más serenidad igual a sana prosperidad.

Pero para quienes andan en busca de la excelencia les faltan dos cosas más: el perfeccionamiento de sus facultades mentales y la formación de su carácter. Para lo primero existen métodos efectivos; para la robustez del carácter se requiere practicar a diario las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Quien convierte en hábitos de vida el ejercicio de estas cuatro virtudes, hace de su existencia un paraíso terrenal, todo lo cual conduce a una existencia sana, próspera y feliz y le abre las puertas a su otra vida donde disfrutará de completa y eterna felicidad.

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